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sábado, 30 de abril de 2011

EL HOMBRE QUE NO QUISO NACER. ( Primera entrega )


  
                                                    
                                                                                                         


El llanto de un niño se escuchó en el paritorio,  aun no queriendo, le hicieron salir y ya no pudo volver.
En aquel momento no pudo pensarlo, en el transcurso de su vida sí que lo hizo, y pensó : yo no quise nacer, no lo pedí.
Así se lo dijo una mañana a su padre.
- No digas eso, como vuelvas a decir eso, te pego una ostia.
El no tenía hijos, si tuviera alguno y le dijera eso lo comprendería, cosa que su padre tal vez hizo, pero se mostró muy afectado, o tal vez le afecto de verdad, Víctor nunca se lo había preguntado,  la ostia que era para él, al final se la llevo su hermano pequeño, que años más tarde le soltó la misma.
Cuando era niño,  sentía su interior con tal intensidad, que siempre se mantenía en un confortable ardor que irradiaba humanidad por los cuatro costados.
Bombas de luminosa y coloreada armonía estallaban constantemente dentro de él, borrando cualquier artificio banal de mezquindad, egoísmo y maldad que pudiera existir fuera de su mundo mágico.
El recuerdo de esa magia alimentaba a diario su vida diaria.
No volvió a sentir nada igual a ese ser feliz sin más,  a aquel bucear en el descubrir apasionante del todo y ajeno a el al mismo tiempo, algo parecido sí. En absoluta soledad, unido a sí mismo por las tripas de la existencia, vacío por completo de pensamientos y preocupaciones, volvía a sentir esa especie de tela invisible que te arropa y te protege con un cosquilleo de calor y escalofrío.
Era entonces cuando se levantaba de su asiento, avanzaba por el estrecho pasillo hacía el conductor del auto bus con parada en realidad, y le decía:
-Pare, que yo me bajo aquí.
Nunca paraba.
También cuando se había enamorado de alguna chica, en esas ocasiones habían sido ellas, que siendo conductoras del auto bus con parada en realidad, le decían:
-Tú, baja aquí, final del trayecto.
Siempre le costo bajar.

El mundo en tricolor, el puente que unía su hipersensibilidad con su piel, con sus entrañas, duro poco.
Quizás nadie, tal vez su padre o su madre, quizá ninguno de los dos,  simplemente el imparable girar de las manecillas del reloj o su biológico y natural crecimiento, fuera lo que fuera, solo supo que un día la burbuja estalló en mil pedazos.

La luz se tornó de nuevo en oscuridad, las tinieblas lo reclamaban como suyo, era su hijo, el hijo de las tinieblas, desde las profundidades del averno lo llamaban,
querían que volviera con ellas le amaban.
De alguna manera el también las amaba.


Con nueve tiernos años ya estaba intentando suicidarse, lo intento en una par de ocasiones.
Se encaramó a la ventana de la habitación de sus padres, se puso en ella en posición de montar a caballo, firmemente decidido acabar con su reciente vida, a saltar al vacío y fin de la historia.Miro el patio trasero de la vecina de abajo, la Josefa, con sus hermosas plantas acabadas de regar, el sol reflejándose aun en las gotas de agua que se deslizaban calmosamente sobre las hojas, las rosas, las amapolas.
Las escucho, y le dijeron:
- ¿ Niño, que haces ahí ? , ¿ qué vas a hacer ?, no ves lo bonitas que somos, ¿ no quieres volver a ver cosas bonitas ? .
Grito a lo que le daba la vista.
-Sí, vosotras sois hermosas, pero hay cosas feas, y las cosas feas hacen que parezca que las cosas lindas no existan, que desaparezcan.


Otra vecina, la Maruja, ( no es porque lo fuera, que lo era, aparte es que se llamaba así ) al escucharlo lo vio subido en la ventana y grito a su vez.
- ¿ Que haaaaces ?, niño, baja de ahí, ¿ dónde esta tu madre ?, ay dios mío, ay dios mío, baja de ahí, baja de ahí.

A ella no le escucho, era fea, por dentro y por fuera.
Volvió a mirar al vacío, cuatro pisos, otra vez decidido.
La Maruja ya no estaba, habría ido a avisar a otra vecina o buscar a su madre, que sabía él, no le importaba, quería suicidarse.
Allí, una pierna dentro otra fuera, vio también, ondeando con la ligera brisa, haciendo que estas se movieran con grácil lindeza, las sabanas de la Josefa.
Pensando en su olor a frescor, en la suavidad que recién limpias, calientes y secas darían a su piel desnuda, más el guiño con talante erótico que una de ellas le hizo, hicieron que se lo volviera a pensar.
Pero no fueron sus amigas las plantas, ni las eróticas sabanas, ni la cacatúa de la Maruja sino las braguitas y el sujetador morados de la Engracia, la hija de la Josefa, las que consiguieron que abortara el, para los samurais japoneses, honorable acto de suicidarse.
Dos días atrás le había tocado una teta,  las luces escasas de las farolas alumbran la solitaria calle un atardecer de otoño, callejeaba con unos amigos del barrio y la vieron,  Iba sola. Uno dijo.
- mira la Engracia, que buena esta, vamos a meternos con ella.
Otro dijo :
- Te gustaría que te tocáramos el culo?, Engracia.
- Guarros, dejadme en paz, largaos guarros.
Victor se acercó para tocárselo, pero ella parecía la diosa hindú Durga, tal que magna figura, haciendo uso de sus ocho extremidades, paralizó sin aparente esfuerzo la ociosa y poco digna, dadas las circunstancias, actividad del mozalbete.
Aun así consiguió tocárle una teta.
- Ahhh, imbécil, cerdo.
El recuerdo del tacto de aquella voluptuosa parte de su cuerpo, bastante desarrollada para su edad, la misma que la de él, le acompañaba aun y lo hizo por mucho tiempo.
Su blanda dureza, la sensación de natural humanidad que sintió con el palpar de su belleza, junto con la perturbadora visión de su ropa interior le impulsaron a bajar de su montura de nuevo exclamando en voz alta.
- ¿ Pero que estás haciendo, gilipollas ? .
Sonriendo como un lelo, notó que tenia una erección y más contento que unas pascuas, se dispuso a practicar el relativamente reciente descubrimiento de la masturbación.
Las braguitas y el sujetador tampoco le hablaron, ni le hicieron un guiño, tan solo ese día, con toda probabilidad, le salvaron la vida.

Como vivian en la misma finca, tarde o temprano sabía que la tendría que volver a ver. Una semana después bajando por las escaleras,  ella salia de su casa, al verlo empezó a gritarle y le hecho una bronca de tres carajos.
- ¿ Qué valiente eres, eh ?, ¿ cómo estabas con tus amigos, eh ?, guarro, más que guarro, ¿ ahora no me haces nada, eh ?.
Pensó en volverle a meter mano para demostrarle que lo de sus amigos era pura casualidad, pero no lo hizo, no tenía que demostrarle nada y le importaba bien poco lo que pudiera pensar o desear.
La puerta estaba abierta y su hermano la llamaba.
- Tetaaa, tetaaaa.
Ella fue  y él se largó de allí con viento fresco.
- Sí, teta, pues yo se la he tocado.

 En la calle, se pasaba horas allí. Salía del colegio, le ponía la merienda su madre y a la calle, nada de deberes, ni estudiar. Se iba solo, su hermano mayor desde que un día unos chicos le pegaron dejo de salir.                                                                                                                 
En el bulevar de la vida, otro día fue cuando descubrió lo que era el sadismo.

Fin de la primera entrega.

EL HOMBRE QUE NO QUISO NACER. ( Segunda y ultima entrega )


Cesar, así se llamaba, como el emperador romano, un tierno adolescente de dieciséis años, rubio, alto y delgado. A Víctor le trasmitía una aureola malvada y siniestra y  ese día descubrió que no se equivocaba.
Sostenía en su mano derecha un pajarillo vivo, con la izquierda,  poco a poco, con parsimonia cruel, le iba quitando su vestido natural. Una semisonrisa en sus labios y en ella el placer.

- Déjalo, déjalo, ¿ por qué le haces eso ?.
Ni si quiera le miro.
Cada pluma que le quitaba sentía su cuerpo estremecer.

- ¿No te gusta eh ?, pues entonces lárgate de aquí si no quieres que te haga lo mismo.
Se fue, no podía soportar aquello.  Ser niño, en ocasiones, puede llegar a ser una experiencia terrible. Es curioso como para dejar de ser niños, algunos tienen que dejar de sentirlo, dejan de serlo y se convierten en Cesares, los Cesares del mundo que siguen torturando el alma de los niños.

Cesar fue la primera persona por la cual también supo lo que era el odio y que podía sentirlo.



Al día siguiente la vida quiso mostrarle que también podía haber cosas enormemente hermosas . Un sábado por la mañana, de aquí para allá, nuca paraba quieto.
- ¿ Dónde esta el CineExin mama ? .
Se acordó de el y quería volver a ver aquellos dibujos de Piolin, Buss bunny y Speddy Gonzales, el ratón más rápido de México. Resultaba tan emocionante ver esas películas, que su padre, feliz de hacerlos felices lo preparara todo, cerrar las persianas del comedor dejándolo a oscuras, enchufar el aparato proyectándolo sobre la blanca pared lateral y ; tachan, el cine en tu casa, era algo realmente maravilloso. Pero su padre no estaba, su hermano tampoco y la pregunta a su madre había quedado suspendida en el vacío dada la ausencia también de esta.
La puerta de casa estaba abierta, habiendo controlado el horario de la olla, esa mañana tocaba cocido, su mama se iba a hablar con la vecina de al lado, la Rosario. Ambas puertas abiertas de par en par, y allí estaban las dos, distraídas y afines dándole al palique. 
- Mama, mama, ¿ dónde esta el CineExin ?, ¿ tú sabes ponerlo ?, ¿ dónde esta el papa ?.
Ni siquiera le escucho.
- Me he comprado un sujetador, es más bonito, ya veras, míralo.
Se quitó el jersey, con naturalidad puso sus brazos en la espalda para quitarse el que llevaba puesto.
- Espera, espera, que esta aquí el niño.
- Da igual, no pasa nada.
Con la boca abierta y los ojos más grandes que una lechuza, Víctor contemplo aquellas dos enormes glándulas mamarias, descomunales, le llegaban un poco nada más por encima del ombligo. Duras, perfectamente redondeadas como dos inmensas peras surgidas de Alicia en el pais de las maravillas.Nunca había visto unos pechos, nunca le dio por imaginar que pudieran ser tan grandes. Trastocada con abrumadora y placentera sorpresa su ingenua infancia, observo como se ponía la nueva prenda, sí, era bonita, pero más bonitas, hermosas y subyugantes le resultaron la visión de sus grandiosas tetas.

Si su subconsciente tenía que recordar a Cesar y su malsana naturaleza  en el futuro, aquel no iba a ser el día. Los buenos recuerdos tienen la compasiva virtud de flotar siempre en el inmenso mar de los malos.


Después de aquello no fue de extrañar cuando otro día la vecina llamó al timbre a la hora de cenar, la mesa preparada, todos menos su madre sentados viendo la televisión esperando llenar el estómago y ella servía la cena.
- Fani, ¿ te sobra una barra de pan ? , es que creía que tenía pero.....
- Claro mujer, ¿ que necesitas, una o un poco más ? .
- No, no, con una me sobra.
Víctor se levantara haciéndose el despistado y se metiera debajo de la mesa con la perversa intención de mirar debajo del vestido de la Rosario para verle las bragas.
Nadie dijo nada, seguramente los adultos se cruzarían miradas de complicidad, tal vez, con una forzada sonrisa, su padre orgulloso pensaría.
- jodido niño.
- Ojalá me deseara así mi marido.
Soñaría la Rosario.
Su madre no dijo nada, tampoco su hermano, el cual casi nuca hablaba ni mostraba a menudo emociones.
El caso es que con todas esas impresiones tuvo campo abierto durante largo tiempo, para su imaginación erótico masturbatoria.

                                                                         
La primera vez que casi se quita del medio más que un intento de suicidio fue una aventura apasionante , tan excitante como podía ser para una criatura de siete años el querer descubrir, ver, sentir todo lo que le rodeaba. Ese inmenso mundo desconocido que se le abría esplendoroso, sugestivo e implacablemente tentador, en sus sentidos puros y deseosos de niño con afán científico. Tal que un ser de otro sistema solar que aterrizaba en un nuevo planeta, excitado y abrumado por conocer todos sus secretos, forma de vida y entramado vital.


Pronto descubrió que en cualquier situación, conversación o lugar, había otro lado, otra perspectiva que esperaba acurrucada y escondida con eterna paciencia a que su natural curiosidad le impulsara al simple acto de descorrer una cortina, y allí, dichosa de haber sido descubierta, se le mostraba desnuda y en toda su plenitud. Unas veces de forma hermosa, y otras, las más, de manera desagradable y reveladoramente cruel. Descorriendo esas cortinas iba desvelando sus propias incógnitas, sus propios miedos y misterios haciéndole invariablemente feliz o infeliz
Su privilegiada posición en el club infantil del espionaje, del cual era el unico miembro, le había impulsado a subir a la gran y espaciosa terraza de su vivienda, saltando sin pensárselo al voladizo de la misma, este comunicaba las otras viviendas colindantes a izquierda y derecha,  no había nada que le impidiera avanzar hacía un lado u otro.

Y allí estaba, en la alargada repisa tras la cual se expandía poderoso el vacío del todo. Arriba el azulado cielo, enfrente el aire que parecía irreal y voluble, a unos quince metros otras viviendas y abajo la calle. Divisándola desde su cúspide desnuda la veía diminuta, indefensa y débil. No había barreras, cara a cara con la voluptuosidad y grandeza de la nada, fundiéndose su ser con la naturaleza de la existencia y la libertad despojada de cualquier atadura, deslizándose como un funambulista entre la linea que le separaba  de la vida y de la muerte.
Naturalmente no era consciente de que un pequeño traspiés podía hacer que se estampara con el duro suelo del asfalto, dejando reventado su pequeño cuerpo de niño, deslizándose macabra, grácilmente, la mancha de sangre circular que mancharía de rojo púrpura el gris alquitranado. Estaba demasiado extasiado de felicidad como para darse cuenta de ello, sonriendo de dicha se acercó de nuevo al filo, el vértigo era un juego, la altura una atracción, las personas que paseaban por la acera eran pequeños seres que parecían haberse escapado de una película de dibujos animados. Reconociendo a uno de esos personajes grito.
- Abuelo, abuelo.
El hombre miró primero a un lado y luego a otro, extrañándose de no encontrar el cuerpo de la voz.
- Abuelo, abueloooo, aquí arriba. Le volvió a gritar
Miro al fin hacía las nubes y lo vio.
- ¡ Qué haces ahí ?. veste de ahí, veste, veste que te vas a matar, sal de ahí leñe. Le grito muy enfadado.
No comprendiendo el porqué se había enojado tanto su abuelo, cabizbajo y algo entristecido por la regañina se retiró de la repisa y boto de nuevo a la terraza, a salvo de una más que probable caída que le hubiera costado su joven vida.
Horas después, ya con sus padres, estos comentaban que había vuelto a nacer.
- ¿ He vuelto a nacer ?, se dijo intrigado Víctor.
Al día siguiente en el colegio con sus dos amigos Rafa y Jesús, les pregunto.
- ¿ Cuantas veces habéis nacido vosotros ?.
- Una, como todo el mundo. dijeron los dos.
- Pues yo he nacido dos veces. y vosotros no.
Les vacilo con chulería innata e infantil.
                                                               
El sol se reflejaba en la cama, en la manta de cebra, sobre los pantalones de pijama, perfilando solo parte de los cajones de abajo del armario de su habitación, su agradable calor le había dejado en ese estado en el que ni estas en duerme vela ni dormido, más bien pareces estar como anestesiado y tu mente parece una máquina del tiempo descontrolada donde tus recuerdos van saltando de épocas a su antojo y sin orden.
La voz de Robert Mitchum, que se balanceaba sobre el ritmo alegre de un calypso, le volvió a la realidad después de haber estado viajando por los archivos mentales de su infancia, flotando sobre su recuerdo, reviviendo aquella escena, a Víctor le resulto irónico que para ser un hombre que no quiso nacer, aquel día volviera a nacer, pensó que así es la vida, te da a menudo lo que no pides.
Tumbado aun en la cama, su cuerpo desnudo como su alma, reflexionando sobre esto se quedó como en coma, la nada le miraba, todo lo sentía y su cerebro fue absorbido por datos y datos memorizados en el transcurso de su palpitar vital. Poco a poco se fue abandonando otra vez encontrándose de nuevo en una nube de somnolencia febril, volviendo escalón a escalón hacía las tinieblas, lugar sin vida de donde venía, que era y es su hogar.
O así lo creyó.
                                                                       FIN

martes, 19 de abril de 2011

LA VIDA DE OTRO. ( Primera entrega )



I

Eran aproximadamente las 23,45 de un miércoles cualquiera, un miércoles, un día, un hueco en el tiempo en el que mi mente estaba infectada de tristeza, frágil línea la del amor.
Con la suavidad del terciopelo y la cortante capacidad de una navaja afilada de deslizarse limpia e hiriente sobre la blanda piel, mi vieja amiga melancolía volvía a visitar mi vulnerable corazón, el cual, tantas veces mordisqueado, me recordó a un gato.
Un gato callejero gris, como el cielo que sobre mi cabeza amenazaba a lluvia.
Siete perros, callejeros a su vez, lo acorralaron:uno ladro y aquella jauría acudió como si entre ellos se entendieran.
Lo rodearon, uno avanzó y le propinó un mordisco, un segundo avanzó a su vez y le dio otro mordisco, un tercero hizo lo mismo, y un cuarto, y un quinto, y un sexto y finalmente, un séptimo.
Se acercaban, mordían y se apartaban para dejar paso a otro, y así, los siete, fueron alternándose , acercandose,  mordiendo y apartándose; arrancando a cada bocado un trozo de pelo del felino.
Al final el gato, despojado de su pelaje, a trasquilones y malherido consiguió escapar subiéndose a la fachada de una casa derruida, y allí, conservando a duras penas su dignidad, se mantuvo en pie mientras yo lo miraba entristecido y sintiendo un profundo odio hacia aquellos cobardes perros.
Las gentes que andaban por la calle se habían parado como yo a contemplar la escena, un crudo filme, sin butacas ni pantalla, cuyos actores y figurantes no serían nunca reconocidos.
Recordando aquella escena que mis ojos llenos de pureza infantil observaron en aquel momento pasado de mi vida, sentí que así estaba ahora mi corazón, como aquel gato, maltrecho y esquilado, pero aún vivo.
Pensando con convencimiento que algo oscuro, algo turbio tendría mi alma para que todos mis amores por un motivo u otro acabaran marchándose, como Ana lo había hecho recientemente, me pregunté que hacía mal si mi trato era siempre dulce y cariñoso.
Discerniendo sobre este pensamiento, abatido con impotencia, y tal vez por ello, distorsionando la realidad, unas gotas mojaron parcialmente mi cabeza y con levedad mi rostro.
Comenzaba a llover, por suerte mi casa estaba ya cerca y hacia allí me dirigí con una poco esforzada carrera.
Una vez hube llegado a mi hogar me despojé de mis ropas humedecidas y me di un relajado baño.
Después de una poco copiosa cena, abrí una botella de whiskey y tome un vaso, y otro, y otro...
Con la ebriedad bailando una danza ausente de jolgorio, más bien una salvaje ceremonia ritual vudú, mis demonios interiores pataleaban burlones, crueles e insolentes, sobre mi dolorida cabeza.

Repasaba mentalmente las palabras de Ana, resultándome absurdo infligirme esa auto tortura sin sentido, desvié  mis pensamientos a las tareas que me ocuparon gran parte de esa tarde.
Había estado en la ciudad para resolver unos asuntos importantes que podrían determinar, según mi decisión, mi futuro hacia un destino u otro.
Mirando de nuevo la botella, casi vacía ya, me rellené el vaso sin molestarme en poner otro par de cubitos de hielo.

Sorbiendo aquel brebaje ardiente y manipulador, confundido de mí mismo, embotado y borroso, pensé que las cuestiones que manejaba, mi futuro, el
amor, como mi propia vida,  carecían ahora por completo de importancia.
Es curioso, me dije a mí mismo, lo que a veces creemos importante es una vulgar nimiedad, una osada cobardía ante la esplendorosa manifestación de la verdad, una verdad luminosa, reveladora, única e incuestionable que con infinita, dulce, pura y elegante crueldad nos muestra nuestro verdadero yo y su sentido.
Verdad, traicionado concepto, extraña palabra, la cual es inmensa en su bondad.
Verdad es conciencia, conciencia es pureza de alma, pureza de alma es amor, amor es libertad y la libertad es nuestro fin.
 Y el mio fue que como pude me acosté en mi cama y me sumí, en mi sopor etílico, en un profundo sueño.
II
Avanzaba subido en una bicicleta sobre aquel asfalto que reconocía, era el asfalto de una avenida cercana a donde vivía.
En el centro se encontraba la avenida propiamente dicha, en la que se perdía de vista su largo paseo.
A ambos lados, dos vías por donde circulaban vehículos y al lado de éstas, dos amplias aceras por donde solían deambular personas en sus quehaceres diarios. Pero ahora no había nada, ni coches ni personas, sólo desolación, vacío y un absoluto silencio.
Pedaleaba con rapidez, como si tuviera que llegar urgentemente a algún sitio, mientras lo hacia, observaba la vacía ciudad que parecía haber sido abandonada a su suerte a causa de una terrible catástrofe.
La luz, mortecina en su brillar, era tenue e inquietantemente misteriosa.
La alargada cuesta que se empinaba no hacía descender mi apretado ritmo, un desconocido poder físico me velaba, a pesar de mi continuo ejercicio, no notaba cansancio alguno.
En un tramo de mi recorrido tuve que hacer acopio de mis reflejos y esquivar con rapidez partes del asfalto que estaban arrancados de forma irregular, a punto estuve de perder el equilibrio con aquellos huecos en los que unos hierbajos habían crecido de la nada. Allí donde no podía haber vida, había nacido.
LLegué al final de aquella pendiente pero donde recordaba que el camino seguía, ahora no lo había: grandes trozos de piedra alquitranada cubiertos de verdoso musgo y vegetación me impedían el paso.
Surgida de la nada, escuché una voz que, burlándose de mí con sorna, me decía:
- Oh, te has quedado sin camino.
- ¿Qué vas a hacer?.
- Ya no tienes camino, pobre. Ahora, ¿qué harás?
No intenté descubrir quién era la causante de aquellos comentarios, ya que supe sin saberlo que era la propia ciudad la que me hablaba.
Era ella que, como un ente con vida propia me observaba y me retenía en su grandeza.


Aquellas palabras me provocaron desprecio y rabia, infundándome a la vez, mezclados en una contradictoria pócima, miedo y valor al mismo tiempo.
Con esa amalgama de sentimientos, dejé caer la bicicleta al suelo con tal brusquedad que hizo rodar la rueda trasera, observando su girar, de repente, como surgido a través de una puerta interdimensional, volatilizado literalmente sin conciencia de ello, aparecido brutalmente con sobredosis de ella, me encontré en un lugar que no me resultaba desconocido.
Esto me llevó directamente a preguntarme dónde estaba, visualizándome y reconociéndome, comprendí con esa incomprensible naturalidad, cuando te sabes en ellos,  que estaba en uno de mis sueños.
La  sorpresa inicial no me produjo miedo alguno, supe sin ninguna duda que era yo y que estaba soñando, eso hizo que me tranquilizara y, consciente de saber donde estaba, me dejé llevar.
Inspeccionando aquel sitio con una lenta y temerosa mirada, reafirmé mi percepción de haber estado ya alli en algún momento,  aunque no tenia capacidad para recordarlo, sólo sentía que aquellas callejuelas con aire de antigüedad las había rastreado ya mi mirar.
Pensé que en realidad nuestros ojos no ven y es nuestra mente la que lo hace, reflejando un holograma visual de nuestros propios deseos y anhelos, como si la materia, ni nada que viéramos existiera en realidad y fuera nuestro cerebro el que los pone allí.
Una misma escena exenta del todo y que cada individuo llena con su alma, siendo todas diferentes y al mismo tiempo, iguales.
Con una incontrolable desesperación, corría por aquellas calles adoquinadas en siglos pasados.

En las terrazas de los bares, las gentes bullían en contertulios que no podía escuchar.
Corría y corría, sin saber a ciencia cierta a dónde iba, teniendo la única sensación de que tenía que escapar.

Comprobé, casi sin sorpresa, que en realidad no estaba corriendo, ya que mis pies no pisaban el suelo, me deslizaba sin tocarlo a unos dos palmos por encima de él.
Levitando entré en un pequeño establecimiento comercial, a mi derecha, unas enormes estanterías de madera albergaban toda clase de singulares juguetes, antigüedades y objetos varios.
Uno de estos últimos llamó mi atención y lo cogí.
Era una figura invisible y por ello sin forma alguna y, aunque sabía que estaba allí, mis ojos no podían verla. Parecía que  sujetara un trozo de aire, de materia inexistente, que mi tacto podía sentir.
Aquella pieza tenía algo de mágico, según mi deseo se materializaba en aquello que quería. En una increíble transformación múltiple vi que sostenía una máquina de escribir, una nave espacial para uso y disfrute de un niño fantasioso, una caja de madera con vistosos y alegres detalles tallados a mano, una piedra triangular de cobalto azul, una amatista dentellada y un pergamino.
Tuve que hacer un gran esfuerzo para dejar mi mente en blanco y, de esa forma, conseguí de  nuevo, aparentemente, no tener nada entre mis manos.
Me acerqué al mostrador, detrás de él, un hombre de unos cincuenta años de rasgos asiáticos me miraba sonriendo desde sus pequeños ojos, parapetados detrás de unas grandes gafas de pasta color negro.
A su derecha, otra estantería igual en forma y tamaño que la otra, alojaba lo que parecían botes de comida.
Cortaba carne en una clásica máquina de filetear fiambres, pero el producto final,  era una mezcla de vísceras y tripas que, por intuición, supe que eran humanas.
Le pregunté, llevando ya entre mis dedos un billete de cincuenta, cuánto costaba mi adquisición. Sin dejar de sonreír, me dijo que allí el dinero no tenía valor, que podía llevármelo sin más.
Una ráfaga de pureza y limpieza se deslizó con frescura sanadora por mi pecho al oír estas palabras, notando al unísono, como mi cuerpo se transformaba paulatinamente, casi de forma imperceptible, en un denso humo que, volatilizándose, desapareció, haciéndolo yo con él.
III

Como si mi yo interior dejara de existir, escapándose a través de un agujero interestelar, otra vez, como tantas otras veces, mi percepción, en apariencia, dejaba de estar activa.
La nada ocupa de nuevo todo, en todo momento.
Un vacío no exento del saber que existo.


¿Qué leyes del universo dictaminan que mi vida sea así?
¿Por qué unas veces puedo materializar la intensidad y grandeza de algo tangible visualmente y otras me sumo en un letargo de oscuridad?.
Desde la profundidad de mi mente, me pregunto porqué mis emociones son volubles y se mueven siempre al compás que marca el cosmos.
¿Por qué a veces siento que mi vida no me pertenece y es otro el que la vive?.

Fin de la primera entrega.

LA VIDA DE OTRO. ( Segunda y ultima entrega ) .



IV
Abrí los ojos con esa pesadez y aturdimiento que te produce el despertar, miré el techo de mi habitación, pensando en el sueño que acaba de tener.
En esos instantes, la soledad, el silencio y la propia noche te hacen sentir como si fueras el único ser vivo sobre el planeta, la existencia misma se reduce a ti y un agradable bienestar embarga el latir de tu ser.
El reloj despertador marcaba las 4,15 de la madrugada, aún podía descansar varias horas más.
Intente hacerlo pero, desvelado, ya no pude.
Encendí un cigarrillo y seguí absorto en mis pensamientos.
De forma salvaje como ella misma, Ana volvía a ellos.

A pesar de su rechazo, la amaba.
Algo que se escapaba de lo mundano y que no conseguía comprender por el propio sin sentido del hecho, me impedía no hacerlo.
No oponía resistencia a este sentimiento como siempre había hecho, ni sentía odio hacía mí mismo, como también, siempre, había hecho.
Al contrario del dolor del desamor, una paz interior liberadora lo copaba todo, reconfortando mi alma.
Notándola en mi pecho, tuve, ya no sé si imagine, la sensación de que éste se salía de mi cuerpo.
Al poco, sin darme apenas cuenta, me dormí..
V


Con un alivio que me llenó de una alegría indescriptible, con una dicha que se expandió desde lo más hondo de mí mismo, volvía esa transmutación que bien sabía era  que podía volver a tener la oportunidad de ocupar un cuerpo físico, y disfrutar con ello de la luz y los colores, del movimiento y la materia.

VI
Subía las escaleras de un pasaje que a su vez era un puente de forma curvada y servía también de descansillo de una casa.
Al pasar por la puerta, ésta se abrió y tres personas salieron. Tuve la sapiencia de que no percibían mi existencia.
Observándolos, ninguno de los tres me resultó familiar o conocido, dejándolos atrás, bajé por la otra parte de la escalera que daba a lo que parecía una discoteca, entré en ella.
Era amplia y de forma circular, la música estaba a alto volumen como correspondía a este tipo de lugares.
Unos diez muchachos bailaban, estaban todos en grupo, deduciendo de ello que al menos algún vínculo existía entre ellos,  reían y se veía que se estaban divirtiendo.
Aparte de ellos, la estancia estaba completamente vacía, una iluminación en penumbra no me impedía distinguir un suelo bastante enguarrado y sucio.
Vasos de plástico vacíos, colillas y grandes manchas de líquidos resecos me indicaron que la sala no tardaría en cerrar.
Abandonándola, salí a un espacio al aire libre que tenía un solar de suelo duro y empedrado, en cuyo lateral izquierdo y en el centro,  varias plazas de aparcamiento, cubiertas con una madera envejecida y doblada en su curtidez,  estaban vacías.
Una vieja escalera situada a la derecha y que carecía de barandilla, me invitaba a subir por ella.
Al llegar a lo alto de la misma, mirando el vacío bajo mis pies, me senté y quite mi calzado de ellos,
Al efectuar este acto que no entendí, como si hubiera activado un resorte, varias escenas se desarrollaron ante mí a gran velocidad y de forma caótica, sobrepasando mi capacidad de visualización y perdiendo totalmente el control sobre ellas.
Un agobiante deseo de querer salir de mi sueño me invadió pero comprobé, con terror desolador, que no podía hacerlo.

Aceptar este hecho brutal fue paralelo a comprender que en la vida real teníamos que morir.
¿Qué era la realidad entonces?, preguntó mi ser interno con profunda ironía, desde mi pensamiento onírico.
Este lugar era tan real como la propia realidad que conocemos en el mundo de los vivos.
Aquí también estaba vivo, reía, lloraba, me alegraba, me entristecía, pensaba, sufría, veía.
¿Dónde estaba la diferencia entonces?
¿Era este un mundo paralelo al nuestro en el que la vida realmente existía?.
Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, supe que era así y que aquella estancia era una abertura hacía el otro lado y que yo estaba en este otro: atrapado.
Y el miedo, hábil embaucador cuya profundidad, en cuyo interior no ahí nada cuando tienes el valor de atravesarlo, me agarro con sus falsas zarpas y se incrustó como un virus en el centro de mi alma.
Volví a subir los peldaños de aquella escalera buscando mis zapatillas, si aquel lugar era una puerta; mi calzado era la llave.
Una intuición más allá de lo natural no me dejó lugar a dudas. Desesperado y asustado, con una ansiedad incontrolable, corrí a buscarlas.
Entré de nuevo en la discoteca, a pesar de que la música seguía sonando, los muchachos ya no bailaban, rodeaban, mirándolo, a uno de ellos. Tumbado en el suelo, encogido e inerte, no se movía.
Uno le pegó dos pequeñas patadas, no daba sensación de vida alguna, parecía estar muerto.
Aquellos chicos en vez de alarmarse, preocuparse o entristecerse; se alegraron vitoreando a gritos que aquel chaval tumbado hubiera perecido.
Lo hicieron con un entusiasmo que me llenó de pavor, sus rostros eran de una felicidad extrema mezclada con envidia, pero no era una envidia malsana, sino de alegría por su suerte.
Era tal vez posible... No podía ser, lo que acaba de pensar ya no me hizo sentir pavor, sino horror, un espanto inimaginable, un pánico que sobrepasaba el propio pánico.
Aquel muchacho había muerto mientras dormía, la muerte dulce. Y uno de estos infraseres que habitan en este submundo paralelo, su alter ego, había conseguido, por fin y por siempre, su cuerpo físico.
No hacía falta que pusiera en orden mi capacidad intelectual y de razonamiento lógico, aquí las sensaciones son hechos rotundos.
En este lugar la verdad es irrefutable.
Huí, huí de nuevo.
Salí al solar, buscando el vestir de mis pies, iba en ello, mi propio yo.
Buscaba y buscaba y no los encontraba, no los veía.
Las lágrimas querían pero no podían salir.
Me imaginé en mi cama removiéndome nervioso, gritando en voz alta.
-QUIERO SALIR DE AQUIIIIÍ.
-QUIERO SALIR DE AQUIIIIÍ.

Vivía solo, ¿quién me iba a escuchar?.
Se salieron de mis orbitas los ojos, al lado de los aparcamientos, en una pequeña montaña de arena que separaba las plazas de los coches, amontonados, pares y pares de zapatos, botas, deportivas...
No sé si deslizándome, corriendo o difuminándome, llegué a aquel montón en cuestión de segundos. Rebuscando en él, encontré mis zapatillas, o las que creí mías, por mi espalda apareció un chico y arrebatándomelas, sin brusquedad, alegrándose y sonriendo dijo:
- Ya las tengo.
Y como un globo lleno de helio, se elevó hacia el cielo, desapareciendo.
Había conseguido irse.
¿Qué llevaba yo entonces?
Maldiciendo mi memoria, la esperanza clavaba la desazón en mi tristeza.
Una chica joven, con un vestido de fiesta blanco bordado con encantadores detalles, pasó por mi lado saltando y riendo tal que una niña juguetona.
- ¿Qué buscas?
- Mis zapatillas, si no, no puedo salir.
Con esa infantilidad con la que había venido, se marchó hacía el fondo del solar, el oscuro, me hizo perderla de vista, reencontrándome yo con mi impotencia.
A los pocos segundos apareció, su rostro era oscuridad y negrura, no tenía rasgos ni piel, sólo unos ojos brillantes que, resaltando inquietante viveza, me hicieron temblar. Una sonrisa blanca e inmaculada igual de estremecedora y en sus manos unos botines, que reconocí como míos.
Los cogí, mis sentidos se hicieron luz brillante y desaparecí.

VII
Una claridad excesiva me hizo cerrar de golpe mis pupilas, poco a poco se fueron adaptando a esta nueva iluminación.
Cuando ya pude ver, ojeé aquella estancia, todo me resultaba excepcional y un desconocido dolor físico me arremetía, pero todo aquello no me importó.
Por fin, al final, lo había conseguido.
Ya tenía la vida de otro.
 FIN