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sábado, 30 de abril de 2011

EL HOMBRE QUE NO QUISO NACER. ( Primera entrega )


  
                                                    
                                                                                                         


El llanto de un niño se escuchó en el paritorio,  aun no queriendo, le hicieron salir y ya no pudo volver.
En aquel momento no pudo pensarlo, en el transcurso de su vida sí que lo hizo, y pensó : yo no quise nacer, no lo pedí.
Así se lo dijo una mañana a su padre.
- No digas eso, como vuelvas a decir eso, te pego una ostia.
El no tenía hijos, si tuviera alguno y le dijera eso lo comprendería, cosa que su padre tal vez hizo, pero se mostró muy afectado, o tal vez le afecto de verdad, Víctor nunca se lo había preguntado,  la ostia que era para él, al final se la llevo su hermano pequeño, que años más tarde le soltó la misma.
Cuando era niño,  sentía su interior con tal intensidad, que siempre se mantenía en un confortable ardor que irradiaba humanidad por los cuatro costados.
Bombas de luminosa y coloreada armonía estallaban constantemente dentro de él, borrando cualquier artificio banal de mezquindad, egoísmo y maldad que pudiera existir fuera de su mundo mágico.
El recuerdo de esa magia alimentaba a diario su vida diaria.
No volvió a sentir nada igual a ese ser feliz sin más,  a aquel bucear en el descubrir apasionante del todo y ajeno a el al mismo tiempo, algo parecido sí. En absoluta soledad, unido a sí mismo por las tripas de la existencia, vacío por completo de pensamientos y preocupaciones, volvía a sentir esa especie de tela invisible que te arropa y te protege con un cosquilleo de calor y escalofrío.
Era entonces cuando se levantaba de su asiento, avanzaba por el estrecho pasillo hacía el conductor del auto bus con parada en realidad, y le decía:
-Pare, que yo me bajo aquí.
Nunca paraba.
También cuando se había enamorado de alguna chica, en esas ocasiones habían sido ellas, que siendo conductoras del auto bus con parada en realidad, le decían:
-Tú, baja aquí, final del trayecto.
Siempre le costo bajar.

El mundo en tricolor, el puente que unía su hipersensibilidad con su piel, con sus entrañas, duro poco.
Quizás nadie, tal vez su padre o su madre, quizá ninguno de los dos,  simplemente el imparable girar de las manecillas del reloj o su biológico y natural crecimiento, fuera lo que fuera, solo supo que un día la burbuja estalló en mil pedazos.

La luz se tornó de nuevo en oscuridad, las tinieblas lo reclamaban como suyo, era su hijo, el hijo de las tinieblas, desde las profundidades del averno lo llamaban,
querían que volviera con ellas le amaban.
De alguna manera el también las amaba.


Con nueve tiernos años ya estaba intentando suicidarse, lo intento en una par de ocasiones.
Se encaramó a la ventana de la habitación de sus padres, se puso en ella en posición de montar a caballo, firmemente decidido acabar con su reciente vida, a saltar al vacío y fin de la historia.Miro el patio trasero de la vecina de abajo, la Josefa, con sus hermosas plantas acabadas de regar, el sol reflejándose aun en las gotas de agua que se deslizaban calmosamente sobre las hojas, las rosas, las amapolas.
Las escucho, y le dijeron:
- ¿ Niño, que haces ahí ? , ¿ qué vas a hacer ?, no ves lo bonitas que somos, ¿ no quieres volver a ver cosas bonitas ? .
Grito a lo que le daba la vista.
-Sí, vosotras sois hermosas, pero hay cosas feas, y las cosas feas hacen que parezca que las cosas lindas no existan, que desaparezcan.


Otra vecina, la Maruja, ( no es porque lo fuera, que lo era, aparte es que se llamaba así ) al escucharlo lo vio subido en la ventana y grito a su vez.
- ¿ Que haaaaces ?, niño, baja de ahí, ¿ dónde esta tu madre ?, ay dios mío, ay dios mío, baja de ahí, baja de ahí.

A ella no le escucho, era fea, por dentro y por fuera.
Volvió a mirar al vacío, cuatro pisos, otra vez decidido.
La Maruja ya no estaba, habría ido a avisar a otra vecina o buscar a su madre, que sabía él, no le importaba, quería suicidarse.
Allí, una pierna dentro otra fuera, vio también, ondeando con la ligera brisa, haciendo que estas se movieran con grácil lindeza, las sabanas de la Josefa.
Pensando en su olor a frescor, en la suavidad que recién limpias, calientes y secas darían a su piel desnuda, más el guiño con talante erótico que una de ellas le hizo, hicieron que se lo volviera a pensar.
Pero no fueron sus amigas las plantas, ni las eróticas sabanas, ni la cacatúa de la Maruja sino las braguitas y el sujetador morados de la Engracia, la hija de la Josefa, las que consiguieron que abortara el, para los samurais japoneses, honorable acto de suicidarse.
Dos días atrás le había tocado una teta,  las luces escasas de las farolas alumbran la solitaria calle un atardecer de otoño, callejeaba con unos amigos del barrio y la vieron,  Iba sola. Uno dijo.
- mira la Engracia, que buena esta, vamos a meternos con ella.
Otro dijo :
- Te gustaría que te tocáramos el culo?, Engracia.
- Guarros, dejadme en paz, largaos guarros.
Victor se acercó para tocárselo, pero ella parecía la diosa hindú Durga, tal que magna figura, haciendo uso de sus ocho extremidades, paralizó sin aparente esfuerzo la ociosa y poco digna, dadas las circunstancias, actividad del mozalbete.
Aun así consiguió tocárle una teta.
- Ahhh, imbécil, cerdo.
El recuerdo del tacto de aquella voluptuosa parte de su cuerpo, bastante desarrollada para su edad, la misma que la de él, le acompañaba aun y lo hizo por mucho tiempo.
Su blanda dureza, la sensación de natural humanidad que sintió con el palpar de su belleza, junto con la perturbadora visión de su ropa interior le impulsaron a bajar de su montura de nuevo exclamando en voz alta.
- ¿ Pero que estás haciendo, gilipollas ? .
Sonriendo como un lelo, notó que tenia una erección y más contento que unas pascuas, se dispuso a practicar el relativamente reciente descubrimiento de la masturbación.
Las braguitas y el sujetador tampoco le hablaron, ni le hicieron un guiño, tan solo ese día, con toda probabilidad, le salvaron la vida.

Como vivian en la misma finca, tarde o temprano sabía que la tendría que volver a ver. Una semana después bajando por las escaleras,  ella salia de su casa, al verlo empezó a gritarle y le hecho una bronca de tres carajos.
- ¿ Qué valiente eres, eh ?, ¿ cómo estabas con tus amigos, eh ?, guarro, más que guarro, ¿ ahora no me haces nada, eh ?.
Pensó en volverle a meter mano para demostrarle que lo de sus amigos era pura casualidad, pero no lo hizo, no tenía que demostrarle nada y le importaba bien poco lo que pudiera pensar o desear.
La puerta estaba abierta y su hermano la llamaba.
- Tetaaa, tetaaaa.
Ella fue  y él se largó de allí con viento fresco.
- Sí, teta, pues yo se la he tocado.

 En la calle, se pasaba horas allí. Salía del colegio, le ponía la merienda su madre y a la calle, nada de deberes, ni estudiar. Se iba solo, su hermano mayor desde que un día unos chicos le pegaron dejo de salir.                                                                                                                 
En el bulevar de la vida, otro día fue cuando descubrió lo que era el sadismo.

Fin de la primera entrega.

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