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sábado, 5 de febrero de 2011

EL INTRUSO


Era aproximadamente la una de la madrugada, el día pasado me había resultado ampliamente fatigoso por la cantidad de actividades no deseadas que tuve que realizar.
Y solo era en ese momento, tumbado a oscuras en mi habitación, cuando conseguía ofrecer un poco de reposo a mi cansado cuerpo.
Me encontraba en ese especial estado que produce el abandono de la mente al silencio de la noche, en el cual múltiples confusas imágenes, algunas de ellas de belleza extraordinaria, ocupaban mi relajado y distraído meditar.

En algún momento que no recuerdo con exactitud, en ese maremágnum de escenas que se sucedían anárquicamente, surgió una que logró interesarme más de lo común. En ella visualizaba a un sujeto que, situado en una terraza, efectuaba disparos con un fusil. Lo hacía sobre unos pajarillos, estos reventaban como infantiles globos al fuerte impacto de las balas, se despedazaban en amasijos de carne que, estrellados contra el suelo del asfalto, formaban una extraña y grotesca imagen desde la posición del sujeto que disparaba contra ellos.
Su puntería era efectiva al cien por cien, de nada les servía a los pajarillos dispersarse, ya que la velocidad con que disparaba, eliminaba el recorrido de su escapada.
Intenté centrarme y observar con mayor claridad el rostro de aquel personaje, no podía ser, era el mío propio mostrándoseme ahora en un sarcástico primer plano. Gradualmente, fue ocupando todos los huecos de mi imaginación hasta ocuparla en su totalidad, sentí entonces mis sienes fuertemente contraídas con dolorosa presión, apreté la mandíbula y mis rasgos se deformaron en una mueca de dolor.
Resultaba inverosímil, pero parecía como si aquel ser hubiera adquirido vida propia y estuviera ahora introducido, literal, física y de forma tangible en mi cabeza. Sí, conseguí visualizarlo, sentirlo, era una réplica de mí mismo solo que con un tamaño de seis o siete centímetros, se encontraba justo en la cavidad donde tenemos situada la frente, dentro de ella, entremezclado en mi masa cerebral, abriéndose paso entre ella. Temblaron mis manos, mi cuerpo y caí de la cama estrellándome contra el suelo.
Retorciéndome como si tuviera un ataque de epilepsia, le escuchaba jadear, gritar, seguramente sintiéndose extrañado e incrédulo de encontrarse allí, empezó a efectuar disparos con su fusil. Aquellos impactos lograron perforar la estructura ósea de mi frente abriendo pequeños orificios sobre su superficie, de ellos brotaban hilillos de sangre que se deslizaban suavemente por mi rostro. Me levanté con brusquedad del suelo mientras mi corazón parecía galopar, una fuerte sensación de terror e incredulidad se apoderó de mí; y totalmente anonadado, perplejo, me pregunté, ¿qué me está pasando?

Desesperado por escapar de su prisión, aquel intruso que creí meramente producto de mi imaginación, imbuido por el miedo que se apoderó de él, sabiéndose consciente en su pequeño cerebro de su situación, comenzó a golpear con la culata de su fusil la pared que lo separaba del exterior.
Por mí parte empecé a patalear, a pegar incontrolables manotazos en el aire. Me levanté y agarré fuertemente mi cabeza, era tan insoportable el sufrimiento, que inconscientemente estiraba de ella con la intención de arrancármela de cuajo.
Aterrorizado, perturbado, sentí como mi frente se resquebrajaba, era imposible, aquello no podía ser cierto, con brusquedad acabó por separar algunos trozos que le obstaculizaban su salida; y allí estaba, deslizándose con cuidado de no caer, por la superficie montañosa de mi cara. Se colocó en la punta de mi nariz con la clara intención de saltar hacía mi barbilla, fue entonces cuando se me ocurrió una maquiavélica idea al comprobar que estaba dispuesto a hacerlo. Valeroso lo hizo, cayo de pie, pero en mala posición y se tambaleó para finalmente caer sobre mi labio inferior.
Fue entonces cuando con mi lengua lo arrastré hasta mi boca, fue solo un segundo, pero no olvidaré su cara de espanto antes de apretar los dientes con todas mis fuerzas y acabar con su vida.
II
Había amanecido, al despertarme no recordaba absolutamente nada, me miré en el espejo, mi aspecto era impecable, desayuné y me marché a mi trabajo diario.
Cuando volví a casa a mediodía puse en marcha, después de haberlo rebobinado, mi nuevo y flamante reproductor visual de sueños, de esta manera, pude ver lo que acabo de relatar,  preguntándome intrigado porqué soñaría que estaba metido vivo dentro de mi propio cerebro en un ser igual que yo, pero de tamaño gigantesco.
                                                                         FIN


Publicado en el año 1999 en  la revista literaria,  El vendedor de pararrayos. (Barcelona)

3 comentarios:

Magic Pop dijo...

Genial, que sueño más perturbador, con solo imaginar la sensación de morderse, estrujarse a uno mismo en versión mini ya es tremendamente impactante. Un saludo.

Anónimo dijo...

Jejejeje. Muy buen relato.

//RA.

garage punk dijo...

kojonudo poguey¡¡¡¡ yep todos tenemos hombrecillos kabrones dentro ke tenemos ke exterminar¡¡¡ la putada es ke en muchos humanos se estan haciendo demasiado fuertes y ademas se komunikan entre ellos y se organizan¡¡¡¡ kojonudo relato poguey komo siempre¡¡¡¡¡