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lunes, 6 de diciembre de 2010

LUCES INFECTADAS DE MEDIANOCHE.


l                         
Con roncosa voz de bourbon añejo, con etílica belleza ensangrentada de fracturada soledad, sonaba Tom Waits con su “Kentucky avenue” en el Turpinke.
Era un local pequeño pero coquetón, poseía esa personalidad nada habitual que desprende la decadencia, marginalidad y hedonismo. Con otra clientela podría recordar a un viejo Night club con su humo revoloteando, mezclándose este, con las notas de un piano borracho tocado por un viejo blues Man negro. Lo cual no era el caso, variopinta mezcolanza de seres embutidos en aquel reducido espacio.
Al entrar, me dio la sensación de que miles de ojos se clavaban en mi cabeza como jeringuillas envenenadas de apática desesperación, algunos de aquellos ojos se cruzaron con los míos, mostrándome sus humanamente caníbales deseos de nuevas sensaciones con las que aplacar el dolor de sus almas impuras.
Mikel intentaba hablar con una mujer que estaba totalmente encogida en sí misma, su cabeza estaba prácticamente hundida en su pecho, parecía que se hubiera pasado toda su vida así y su espalda había llegado a tomar una curvatura algo excesiva. Su pelo era negro, largo y muerto, su rostro parapetado detrás de unas diminutas gafas era tremendamente grotesco, sus facciones eran de hombre sin ningún atisbo de feminidad.

Mikel, con su habitual humanidad, intentaba que no se sintiera sola, pero aquella extraña mujer con una voz cascada, desagradable e hiriente, gritó.
-Déjame en paz, sólo quiero que me dejéis en paz, dejadme todos en paz, tan difícil es dejarme en paz, aaaaaaarrgggggggh.
Aquel grito impregnado de intolerable sufrimiento, parecía cuestionar toda la belleza que pudiera tener la vida.
-Vamos Mikel, déjala, no la molestes más, vamos a la barra.
                                                                                                                           
ll
                                                                                                  
-¿ Qué tal,cómo te va?.
- Creo que ahora mismo estoy rodeado de hermosas venusianas que me abruman con caricias y besos. Ná,qué va,cómo voy a estar,como siempre, y ¿ tú?.
Sonrió con esa sonrisa de dibujos animados que siempre me recordaba a Bugs Bunny.
- Bien, se puede decir que estoy bien porque no estoy mal.
A su vez sonreí de medio lao, más que una sonrisa era una mueca sonriente. Era la única manera en la que sabía sonreír, recuerdo que de niño mostraba mis dientes en una amplia sonrisa, pero la vida, a pesar de mi relativa corta edad, veintitrés años, me había brindado ya todo su dolor, infectándome de demasiadas decepciones, sinsabores, mentiras y traiciones como para sonreír de otra manera. En realidad no era una sonrisa ni una mueca, era la más pura expresión del escepticismo hacia la humanidad y sus moradores.
- ¿Que has salido ahora del curro?.
Sólo me miró con esos ojos cubiertos de esa capa gelatinosa transparente, que con peculiar brillo, entristecía su mirada drogada y sonrió de nuevo.
Trabajaba en un pub cercano de camarero, noté como de nuevo su mente se perdía en maravillosos sueños que se alejaban con la misma facilidad que los soñaba, sueños que acaban estrellados en su corazón, rompiéndose, destrozándose continuamente, sueños que morían mil muertes diferentes para renacer y seguir muriendo.
Tenía una mirada dulce y tierna, parecía un niño desolado en busca de cariño, el cual yo le ofrecía sin más, si en algo me sentía rico y millonario era en mi capacidad de dar amor, era mi mejor virtud o valor, o como quiera llamarse, y así seguiría siendo, al fin y al cabo eso era lo único que me hacía sentir que la vida tenía algún sentido.
Mikel era un atractivo joven rubio de ojos azules y mirada perdida, jugueteaba con la heroína en un juego en el que no existían reglas, y si las había, se las había saltado ya hace tiempo.
Era mi único amigo sincero y real, no me ofrecía mucho, sólo su alma desnuda, más de lo que podían ofrecerme todos aquellos que querían ser amigos de sí mismos y que nunca jamás lo conseguirían.
- Ponme otra cerveza, guapa.
Había perdido ya la cuenta de cuantas cervezas había tomado durante la noche, la cocaína que había pillado hacía bien su trabajo, sentía mi alma ligera y mi cabeza despejada.
Pensé que era un buen momento para meterme otra.
- ¿Quieres una raya, Mikel?.
- Enga.
Su sonrisa inocente hizo que lo mirara con dulzura, una inocencia que tal vez le abandonó hacía tiempo y que él se resistía  a que se marchara. Dos pequeños círculos circunvalaban sobre su alterada cabeza, mi diablillo de ojos azules estaba ya totalmente ido, perdido en su silencioso sueño de libertad.
Una vez nos hubimos drogado volvimos a la barra. Apoyados el uno al lado del otro volvimos a mirarnos con caballerosa impunidad, incrustándonos en nuestros respectivos viajes interiores como dos silenciosos muertos en la paz de nuestras mentes, como dos golfillos unidos por las tripas de una fragilidad bañada de infamia gamberril, perdiéndonos, vagabundeando por nuestros más secretos pensamientos, glorificando con ello el orgasmo sensitivo del asesinato temporal.
En esos momentos desaparecía el tiempo y el espacio, buceando ambos, con plana inmoralidad, en lo más profundo, tierno y desnudo de nuestras escondidas y temerosas almas, siendo sólo dos mutuos afectos que, sin saberlo, encerrábamos buena parte del sentido de la humanidad como tal.
- Hola, me llamo Federico, ¿puedo estar con vosotros?.
Lo miramos sorprendidos.
- No soy de aquí, me encuentro un poco solo, os he estado observando y me dais buen rollo, sólo busco un poco de compañía. ¿Queréis unas cervezas?.
- Venga, pide esas birras, ¿de dónde eres?.
- De Madrid.
Pidió las cervezas y ahí se quedó, inmóvil, ausente y mirando hacia ningún sitio.
Su aspecto denotaba tranquilidad y paz, no aparentaba tener más de veinticuatro años, alto, delgado, sucio pelo rizado y barba cerrada.
Desprendía una energía cálida arraigada en una auto soledad que se notaba le reconfortaba, uno de los nuestros, pensé.
Lo acogimos con la misma naturalidad con la que nos divertíamos a nuestra solitaria y particular manera, no tardando mucho en habituarse a nuestro mortecino silencio bañado de desesperación y vacio.
Ahora éramos tres, tres miradas perdidas en el tren de la vida. La cual resulta extrañamente hermosa, mostrándonos su esplendor y su belleza, da igual el lugar, la ciudad, el momento o la circunstancia, ella se muestra siempre tal cual es, y muchas veces no sabemos amarla, tal cual es, se puede amar a alguien o a algo de otra manera, pensé sonriendo de medio lao.


III
Situados al final de la barra teníamos una visión panorámica del Turpinke, poco a poco se había ido llenando covirtiéndolo  en una pequeña  aglomeración de personas que invadían el local.
Observé con curiosidad a los personajes que nos acompañaban en este extraño viaje a través del subconsciente subterráneo. Situados alrededor de una mesa circular, había un travesti y un tipo con una guitarra española.                              
El travesti no dejaba de mirarme desde su escondido mundo interior, su rostro estaba perfectamente maquillado, llevaba una peluca de pelos lisos al estilo de la belle époque francesa, su expresión sufría salteadas batallas entre la tristeza y la tragedia.
Nos quedamos mirándonos fijamente en una única comunicación, sus ojos eran cálidos y tímidos, sufridos y frágiles.
Una sonrisa había nacido de sus cuidados labios pintados de rosa fucsia, labios de hombre renegado de la brutalidad varonil. Parecía tan frágil que daba la sensación de que podía desmoronarse en cualquier momento, noté que en aquel lugar se sentía a gusto, no era objeto de miradas humillantes ni de burlas despreciables.
Sintiéndome algo borracho empecé a pensar que la velada empezaba a concluir, esperando encontrar a mi lado a Mikel y Federico me topé con la mirada de una chica.
Eché un vistazo al local, los dos habían desaparecido, tal vez, Federico era también un amante de la gran dama blanca y ambos habían ido en busca de sus profundos y oscuros besos.
Volví a mirar a la chica, recordaba haberla visto en más de una ocasión por algún garito de la zona, llevaba una estética punk, juvenil y desenfadada. Pelo negro rigurosamente de punta, gafas de pasta color rojo, camiseta negra, minifalda a cuadros negros y blancos y botas punk.
El local pareció desaparecer, introduciéndonos en un juego de miradas lleno de estremecidas caricias de deleite carnal, el deseo bamboleaba entremezclándose con suntuosos roces espolvoreados de erotismo, uniendo nuestras mentes en una pasión de amantes circunstanciales.
Impulsado por la lujuria, puse mi mano suavemente sobre su muslo justo donde empezaba la rodilla, mire sus ojos, los cuales no diciéndome que no, me abrazaron en un abrasivo pasional abrazo.
Subí con suave sensualidad hasta llegar a su sexo, introduje mis dedos entre sus braguitas y acaricie su cálida humedad. Mi pene trempaba excitado en el interior de mis vaqueros, acerqué mi rostro a sus labios pintados de carmín rojo y, lentamente, la besé. Un beso corto, tímido y tierno, ella respondió con calidez y saboreamos ambos nuestra frescura.
- ¿Nos vamos de aquí?
Me miro contrariada.
- Así se pierde la comunicación.
Se levantó del taburete y se marchó dejándome allí con cara de idiota y estupefacción
Bebí un largo trago de mi cerveza fría hasta acabarla, imaginé lo bien que lo podíamos haber pasado, preguntándome que clase de comunicación quería mejor que la que habíamos tenido.
Suspiré pensando que el amor son esos hermosos e intensos momentos de compartido tierno juego sexual, aunque luego, claro, lo normal es acabar lo empezado.
Los chicos de mi barrio, a estas chicas les dicen estufas, o hablando en plata, calientapollas, pensé que tal vez, seguramente tenían razón, pero siempre he sido un tonto que pone a las chicas en un altar, tal que reinas cuya bella y salvaje naturaleza hay que admirar y respetar. Y así me ha ido, bueno, tampoco me ha ido tan mal, nadie es perfecto, qué se le va  a hacer.


IV
Incrustándose con agradable malestar en mi garganta, encendí un cigarrillo saboreando su amargo sabor... El tipo que ponía música en el Turpinke había dejado de hacerlo, murmullos moribundos acariciaban los últimos momentos que nos quedaban a los que aún no nos habíamos marchado, consumiendo un sin tiempo real, que estallaba como una oleada de fin sobre nuestras cabezas.
De repente, empezó a sonar algo de musica, una voz se abría paso entre los pliegues del silencio que había envuelto al local Una voz frágil cargada de un sentimiento que lamía lascivamente los sentidos, era el travesti que, sentada junto al guitarrista, cantaba con la natural armonía de unos compases típicamente blues.
La música y su cantar nos fue atrapando a todos y cada uno de los allí presentes hasta que su ternura nos poseyó, ella, ahora, era el centro de atención de un reducido e intimo publico que la escuchaba con admiración. Ese era su momento, y sabiéndolo, su voz tomó un carácter más sensitivo a medida que su corazón estrujaba el instante vital de esos momentos, en los cuales, era la reina de la noche.
Una reina sin reino que absorbía y acogía con gratitud la atención de su audiencia. Cerré los ojos para sentir mejor su alma, aquella alma que tan sólo me transmitía calor humano, quedándome maravillado de la belleza que encerraban esos solitarios instantes de solitarias compañías auto compartidas.
Volví a mirarla, estaba abstraída, animada y llena de gozo y felicidad, sonreí pensando que quizá su sueño era ganarse la vida con su voz, me gustó pensar que compartía aquel sueño con ella, de eso se trataba la vida, de compartir sueños y desdichas, tristezas y alegrías, qué sentido si no podía tener la existencia humana.
Pedí otra cerveza a la camarera, una chica gorda con una sonrisa encantadora, sus facciones mostraban una sincera dicha dispuesta a ser compartida.
Me sirvió la cerveza y hablamos de la hermosa voz de aquel travesti.
- ¿Qué voz tiene, no?
- Sí, es muy bonita, no suele ponerse a cantar siempre, pero cuando lo hace,ya ves.
Mire a la camarera y le sonreí.
- Tiene una voz.
Volví a fijarme en ella y vi simplemente amor.
- Sentimiento puro, respondió.
Me miró dándome una caricia con su mirar, cerró los ojos en un dulce y sentido corto parpadeo y me preguntó.
- ¿Qué vas a hacer ahora?
Le ofrecí un cigarrillo, amablemente ella lo cogió, le di fuego y me lo agradeció con otra sonrisa.
- Aún no has respondido a mi pregunta.
- No lo sé, ¿y tú?
- Tampoco lo sé, pero me gustaría ir contigo, ¿a dónde vas a ir?
Bebí otro trago de cerveza, una descarga de electricidad recorrió mi cuerpo de pies a cabeza con la sensación de sentirme amado, me invadió entonces una inesperada emoción de tristeza y unas lágrimas se deslizaron puras y desnudas sobre mis mejillas.
La chica, algo sorprendida, me preguntó porqué lloraba y con un no intencionado carácter brusco le dije.
- Y yo que sé, a ti que te importa, no es de tu incumbencia.
Y sé marcho contrariada.
Aquella noche no era la mía con las chicas. Aún me quedaba algo de farlopa, así que fui al water y me marché de allí con mi cabeza embotada de alcohol y diversos pensamientos que invadieron con naturalidad mi prolífica imaginación.
El cegador impacto de la luz del sol maltrató con extrema crueldad mis ojos oscuros.
Asimilando a duras penas el choque brutal con la realidad matutina, para mi sorpresa, me encontré de camino a Mikel y Federico.
La piel del rostro de Mikel estaba totalmente contraída hacia adentro, dándole una aguda expresión cuadriculada a todo él, se le notaban con claridad los rasgos de su cráneo y mandíbula, parecía una calavera andante, fijando sus azulados ojos en los míos, balbuceando, sin apenas poder hablar, me dijo.
- Hey, ¿dónde vas a ir ahora?.
- Me voy a mi casa, tío.
- Enga, vamos a algún otro lao.
Viendo el penoso estado en el que se encontraba me atreví a decirle.
- Joder Mikel, mira como estás, pareces un puto muerto viviente, ¿eso es lo que quieres para tu vida? Haz lo que te dé la gana, pero creo que la estás cagando.
Desde sus débiles, tímidos y dulces ojos azules me miró con expresión de meditación mezclada con una resignación que venía de muy dentro de su frágil alma, tuve el profundo deseo de abrazarlo hasta sentir todo su dolor, pero no lo hice, penetrándole a través de mi mirada, mi dulzura y desaprobación.
Federico tenía mejor aspecto, pero no mucho más, cabizbajo denotaba también la absorción de energía que la dama ejercía sobre él.
Me despedí de los dos y seguí mi camino por las amanecidas calles  del barrio del Carmen, subiendo la calle Bolseria me pregunté el porqué me invadió con la camarera aquella tristeza que vino sin llamarla.
Pensé que vendría de mis más ancestrales vivencias de otras vidas pasadas que ni siquiera recuerdo haber vivido o, tal vez, vendrían de la más pura esencia del genoma humano, en el cual, la tristeza, como la alegría y otras tantas emociones, estaban programadas desde tiempos innombrables, como si fuéramos una especie de experimento, máquina o computadora imperfecta de otra inteligencia superior.
Sonreí de medio lao sintiéndome bien conmigo mismo por mi capacidad de imaginar, deseando a su vez llegar pronto a mi casa y tumbarme a descansar.

2 comentarios:

Mara dijo...

Qué bien poder leerte después de tantos años sin seguirte la pista.
Lo primero que hice antes de leer los relatos fue comprobar si Jim Thompson aparecía en el listado de los escritores que "te cautivaron" y me encantó que lo hubieras incluído.

El hombre que no quiso nacer. dijo...

Hola Mara, pues ya ves, sigo en la brecha. Un placer haber recibido un comentario por tu parte. Como no mencionar a Jim Thompson, es absolutamente magistral.
Saludos.