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jueves, 13 de enero de 2011

FIN

I 
  Con un golpe corto y seco, una mano presionó mi hombro izquierdo, al instante desperté con la confusa sensación de que aquello no era posible.
Nadie excepto yo mismo ocupaba aquella vivienda.
Sin embargo, había notado el tacto de aquella mano y me pareció real, absurdamente real.
Por unos momentos tuve la impresión de estar narcotizado por una droga de quirófano y, posteriormente, me sobrevino una sensación de ahogo tan desagradable, que la existencia misma parecía escaparse a través de mis pulmones, como si la misma mano que me había golpeado se hubiera introducido en mi boca, y estirando, hubiera sacado toda mi estructura esquelética.
A medida que mi respiración se iba normalizando, no dejaba de sentir que me habían robado todos mis recuerdos. Todavía a oscuras, mi situación se me antojaba, a la vez que anormal, ridícula. A pesar de ello, mirando hacía atrás en mi mente, me era imposible visualizar ninguna imagen vivida en el pasado.
Parecía sencillamente que hubiera nacido en el mismo momento que había despertado.
Pero sabía que no era así, tenía una vida y unos recuerdos que, aparentemente, ahora no tenía.
Con cierta mezcla de humor y orgullo, me vanaglorié de mi capacidad para crear irreales fantasías pero,  al contrario de lo que esperaba, aquella agradable sensación se fue tornando en desagradable, al percatarme, con gran sorpresa, que al intentar recordar alguna situación pasada, algún detalle que aliviara mi confusión, lo único que conseguía, era visualizar una  escena de la cual no guardaba ningún vivido recuerdo.
En ella subía por una escalera indicado por una joven de pelo rizado, rojizo y largo, ésta se encontraba al final de la misma, luciendo un impecable vestido de terciopelo negro.
La escalera, de largos peldaños, estaba decorada con una hermosa alfombra de color azul eléctrico, haciendo juego con el plateado de su posa manos.

Una vez hube llegado arriba, pude comprobar y disfrutar de la belleza de aquella joven.
Una belleza salvaje de rasgos tímidos, no exentos de cierto toque de perversión, mostrándome una dulce sonrisa, acompañada de una seductora mirada, sin mediar palabra alguna, me condujo por un largo pasillo, hacía una de las dos puertas que se encontraban al final del mismo.
Y allí, ella misma abrió una de las puertas. Y regalándome otra bella sonrisa, me invitó a entrar, diciéndome_
- Pase Sr. David, le estábamos esperando.
Con lo cual cerró la puerta tras de mí, descubriendo una sobrecogedora escena, que me heló la sangre.
La habitación estaba repleta de criaturas azuladas que, extendiendo sus brazos hacía mí, lloraban desconsoladamente con una estremecedora amargura y dolor.
Sólo sus cabezas y sus brazos se distinguían, queriendo salir de la pared donde estaban atrapadas, formas humanas azuladas como el cielo, y desgarradas por el miedo.
Escuché de nuevo a aquella joven, gritando con malicia
- PASE SR. DAVID, LE ESTÁBAMOS ESPERANDO.
Acabando su tenebrosa invitación con una repulsiva y burlona carcajada.
Inmediatamente, traté de salir de allí, resultándome imposible.
Su voz fue perdiéndose en la lejanía, con la misma facilidad que la imagen que tenía ante mí, desapareció.
No alcanzando a comprender aquellas imágenes, me dispuse a dar por terminada aquella íntima sesión de fantasía gratuita, busqué el interruptor de la luz de mi habitación, pero por más que trataba de encontrarlo, no daba con él. Traté entonces de hacerme con la pequeña linterna, que normalmente suelo guardar debajo de mi almohada, pero tanto la almohada como la linterna habían desaparecido, no estaban. Esto me lleno de una especial inquietud, buscando al caprichoso azar del tacto en la oscuridad, encontré lo que parecían las paredes circulares de una cápsula, en la cual parecía estar encerrado.
Mi habitación no era mi habitación.

Entonces, ¿dónde estaba?
Mientras me preguntaba estas cuestiones, una potente luz cegó mis ojos.
Una vez pude ver con claridad mi entorno, estaba tumbado en una tabla de madera, al contrario de lo que suele ocurrir con este material, resultaba extraordinariamente cómoda. La cápsula era un cilindro circular  colocado de forma vertical, cuyas aberturas de entrada y salida estaban desprovistas de cualquier escotilla, permaneciendo abiertas al exterior, provocando mi estupefacción, al no verme expulsado hacia la inmensa oscuridad que observaba bajo mis pies.
Dada la transparencia del cilindro, podía distinguir la estancia donde me encontraba, estaba compuesta por enormes formas hexagonales , cuadradas y triangulares, por la situación en la que estaban ubicadas, daba la impresión de hacer el papel de muebles de decoración.
El resto de la estancia estaba formada por grandes paredes negras, cuya altura me era imposible determinar, pues parecían infinitas, separadas una de otra por lo que me pareció una enorme longitud.
No era ajeno a la anormalidad y peculiaridad de mi experiencia y por ello traté de disfrutarla con el mayor de los placeres, pero ni tuve tiempo, ni el placer fue tal.
Sin capacidad real de asimilarlo, el cilindro desapareció en una milésima de segundo, quedándome suspendido en el vacío.
Una fuerza superior a mí me absorbió, impulsándome con violencia hacia delante. Mis huesos encabezados por mi rostro, chocaron con brutalidad contra un enorme cristal transparente y el horror se plasmó en cada uno de mis gestos y expresiones.
Llorando de tristeza e incredulidad, comencé a golpear aquella maldita superficie, desesperado traté de arañarla, consiguiendo con ello hacer sangrar mis dedos. Entre desgarrados gritos de impotencia, jadeos y balbuceos, inútilmente grité.
- NOOOOOOOOOO, NOOOOOOOOOO. ESCUCHADME, SOY REAL, SOY REAL.
Mis suplicas se ahogaban en mis lágrimas con esa impotencia devastadora de saber que nada podía hacer, y nada podía hacer, mientras observaba al numeroso publico presente, en la sala A de los cines Arrabal.
Aquel público insensible que, cómodamente sentado en sus butacas, se recreaba con divertimento de mi sufrimiento. Algunos de ellos comenzaban a abandonar la sala, al ver aparecer una palabra que ocultaba la agonía de mi mirada perdida.
Fin, era esa palabra.
La oscuridad de nuevo me envolvió y con ella la esperanza de pensar, que hubiera sido sólo una pesadilla.
Pensarlo me produjo un gran alivio, pero de nuevo la luz reapareció y con ella otra vez el terror, ya que me encontraba entre aquellos niños azulados, ahora era uno de ellos, llorando desconsoladamente, con amargura y dolor, extendiendo mis brazos temblorosos hacia el sorprendido, confuso y asustado hombre que, encerrado en aquella habitación, nos observaba sobrecogido mientras escuchaba a la joven pelirroja gritando con malicia.
- PASE SR. MIGUEL, LE ESTÁBAMOS ESPERANDO.

FIN      
                      
Publicado en el año 1999 en  la revista literaria,  El vendedor de pararrayos. (Barcelona)